Centro de Estudios Filosóficos Tomás de Aquino
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Aprender a reir
Por: Jesús García Álvarez, OP
Los que suben por la calle Chiapas en la colonia Arbide de León se encuentran, al final, con el anuncio de un “Centro de Estudios filosóficos”. Es claro que se anuncia un lugar donde se estudia algo tan serio como es la filosofía. Sin embargo, un verdadero Centro de filosofía lo que en última instancia enseña es a reír, o, mejor, a sonreír. Es verdad que no hay una asignatura que enseñe eso en diez lecciones. Pero todo lo que se aprende a través de largas horas de clases y de trabajos es a dejar de lado actitudes solemnes y decisivas, y a enfrentarse a la vida con una sonrisa. Al fin, la filosofía empezó así, con la sonrisa de una esclava que vio a Tales de Mileto caerse en un pozo cuando contemplaba el cielo. A santo Tomás le parecía pura paja todo lo que había escrito, y de buena gana lo hubiera arrojado al fuego, con lo que se hubieran evitado tantas horas de trabajo sus comentaristas. (Claro que también se habrían perdido verdades muy hermosas…). Cuando al final de su vida se le preguntó a Sartre por qué se había dedicado a escribir sobre la angustia existencial, angustiando a medio mundo, contestó que se había dedicado a ese tema “porque estaba de moda”. Hoy está de moda la globalización o la filosofía posmoderna. ¿Qué estará de moda mañana? Las anécdotas de los filósofos que terminan en risas podrían multiplicarse. La penúltima se refiere a Rudolf Carnap. Este filósofo nunca impartía su clase sin tener los apuntes en sus manos. Un día, al empezar la clase, por más que buscó en su saco no encontró los apuntes. Pidió disculpas y se fue a buscarlos. Los encontró en su casa, los guardó y salió feliz hacia la clase. Al salir de su casa, su esposa le dice que lleva un saco sucio y se lo cambia por otro limpio. Es fácil imaginar lo que sucedió al llegar a la clase sin apuntes… Los filósofos son objeto de risa por muchas razones. A veces, porque se alejan tanto de la realidad, perdiéndose en el mundo nebuloso de sus pensamientos, que basta cualquier piedra para que se caigan con toda su filosofía. Otras veces es por su lenguaje. Decir que toda elección lleva consigo una deliberación parece de sentido común. Pero hablar de motivaciones predecisionales o posdecisionales se cree más filosófico.. En otras ocasiones, los filósofos creen al pie de la letra eso de que la filosofía tiene la última palabra, y resulta que las “últimas palabras” dejan de ser últimas cada diez años. También es objeto de risa la actitud de muchos filósofos que se dedican a criticar todo lo que encuentran a su paso. Creen que alguien los ha constituido jueces del mundo, y critican la ciencia, la técnica, la política, la economía, la vida y la muerte.. Claro que no dan soluciones o las dan equivocadas, porque para solucionar los problemas hay que vivirlos y ellos no se manchan las manos. Pascal decía que la filosofía consiste en “reírse de la filosofía”. El verdadero filósofo sabe que tiene la última palabra, pero no la pronuncia: deja que la digan los demás y que ellos descubran muy pronto que no es la última. Se aleja de la realidad para contemplarla mejor, pero sabe que sin esa realidad no podría vivir. Por eso, se sienta a disfrutar de las cosas, porque está convencido de que mil ideas no valen lo que vale un árbol o una flor. La risa es un arma terrible, mucho más que todos los silogismos. Desconcierta, derriba escalas de valores, mina lo que es artificial, serio, aparentemente seguro. Llega un momento en que no se sabe dónde están los límites de lo cómico y lo real. La risa desacraliza lo que no es sagrado y hace caer del caballo de sus certezas a los que van por el mundo con una sabiduría artificial y solemne. El que cree que la filosofía es la única relación que el hombre puede establecer con la realidad, está próximo a caer en el pozo. No hace falta más que esperar. En la Edad media se decía que la filosofía era esclava de la teología. A nadie le gusta ser esclavo, y mucho menos a los filósofos. Se independizaron y llegaron a creer que todos dependían de ellos: los políticos, los economistas, los científicos… Al absolutizar sus conocimientos, los hicieron por lo menos ridículos. El verdadero filósofo sonríe ante esos filósofos, diría Pascal. El sabe que la verdadera libertad es para servir o no tiene sentido. El primer método serio de la filosofía fue la ironía de Sócrates. Decir y no decir; preguntar sin responder; descubrir la ignorancia más allá de las certezas. Así es como se invita a pensar, a ser humildes, a amar la sabiduría. La risa supone capacidad de sorpresa y de admiración. Los antiguos decían que ése era el origen de la filosofía. No hay cosa más triste y aburrida que el estudio de sistemas de pensamiento, de problemas y soluciones que se dieron a través de los tiempos. Pero reducir la filosofía a eso es convertirla en arqueología. Un Centro de Estudios filosóficos debería tener como meta enseñar a sonreír, dejando para otros la solemnidad, las certezas absolutas, las máscaras sociales. Aunque para llegar ahí haya que pasar por silogismos, sistemas, aporías, hipótesis y teorías. El camino es largo: pueden pasar tres años o toda la vida. La risa en las praderas celestiales debe ser tan grande como el cielo…
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