El Closet

5/5 based on 365 reviews

Por María de Jesús Cadena

I’m going down to the place tonight
To see if I can get a taste tonight
A taste of something warm and sweet…
-The Jesus and Mary Chain, “Some Candy Talking”

No voy a decir que no voy y que me llevan.

Desde ya hace mucho tiempo, yo, María de Jesús Cadena (Mary the Jesus Chain) tenía ganas de visitar un teibol. Quizá se trataba de una curiosidad que la literatura decimonónica y las fábulas califican de inherentemente femenina. Quizá mi parte masculina pedía una oportunidad para aullar como lobo de caricatura sentado a una mesa. No me pregunten. Así soy de ambigua. Por eso, cuando Ebenezer Bogle habló de sus múltiples visitas a estos lugares, seguí sus correrías con cierto entusiasmo. Junto con la creación de este blog y el Twitter que lo acompaña, surgió la posibilidad de al fin efectuar una visita y terminar con mis dudas.

Ahora, no quiero echarles a perder el blog, mas Bogle y su fiel compañero han pisado lugares los cuales son dignos de cualquier busca-aventuras a quien le guste jugarse el pellejo. Decidí pasar de largo hasta que Bogle me sugirió el Excite como el lugar a visitar. Tomando en cuenta la reseña de este teibol, se me hizo el lugar adecuado.

Sin embargo, a medida que se acercaba el día, yo no podía evitar cierto nerviosismo. Llámenme romántica o tonta, pero me sentía como antes de una primera cita con alguien que piensas que nunca te hará caso y de pronto—sucede. Obviamente, sentía esa imperiosa necesidad de apoyo moral—pero tan sólo tenía el de Bogle. Me hacía falta cierta presencia femenina para tranquilizarme. Llamé a mi amiga Michelle Bublé (así es de cursi) y le pregunté si gustaría acompañarme. Michelle, al inicio, se mostró titubeante, pero luego aceptó, pensando en que le gustaría hacer algo “loco”. Más tarde, se unió otra amiga, quien a su vez llevó a sus amigos. Terminamos siendo un nutrido grupo.

Nos reunimos en la taquería contraesquina del lugar. Tan pronto estuvimos completos, Michelle y yo cruzamos hacia el lugar con el ánimo y la emoción extraña de pubertas que acaban de descubrir los cigarros. Frente a la puerta, el cadenero nos miró con extrañeza, sobre todo a las chicas.

-Sí saben que es un teibol, ¿verdad?

Respuesta afirmativa. Nos dejaron pasar y entramos a una zona de sillones blancos donde las chicas se paseaban. Una bailaba sobre una mesa alrededor de un tubo. Digamos que desde ese momento me sorprendí: ella era… digamos, mucho más gruesa que lo que yo me imaginaba a una bailarina de table dance. Más tarde me acostumbraría a ver cuerpos mucho más diferentes de los que yo me había imaginado, incluyendo a una bailarina que más bien parecía levantapesas que stripper. En fin. Me acomodé mientras pedía una Heineken de 100 pesos.

De pronto, nos cambiaron de lugar. Habían abierto la pista principal sólo para nosotros. En este lugar, nos acomodamos en un amplio gabinete, con vista a donde las chicas bailarían; una pista en forma de X sin tubos. Más bien, tiene unas bases de hierro. También hay mesas que quedan cerca de estas bases, mas no teníamos razón para usarlas. La chica que había estado bailando en el tubo cuando estábamos en los sillones pasó a hacer su número. Dos canciones, rápidas, de esas que se usan para abrir pista en fiestas. Una tercera canción, la balada, era la que usaban para despojarse de su ropa, hasta quedar en una diminuta tanga.

Al poco rato, probablemente inspirados por el alcohol, los presentes empezamos a hacer bullicio. Pláticas, aplausos y chiflidos a la bailarina en turno; incluso cierta impaciencia porque empezaran a desnudarse. No sé qué es lo que tienen estos lugares; no importa lo feminista que seas, igual acabas comportándote de la peor manera.

En eso estábamos cuando subió a la pista una chica muy delgada, la cual, tras bailar sus dos canciones de rigor, se desnudó al ritmo de “Fade to Black”, obra maestra de Metallica. Quizá fue ese uso de una rola metalera la que me impuso la idea de que con ella cobraría el privado que Bogle me debía. Mientras, él y Michelle se encontraban distraídos con una chica de generosos senos que se encontraba en otra mesa.

Cuando ésta se subió a bailar, toda la mesa, sin discriminar, la recibimos a chiflidos y aplausos. Ella terminó riéndose con nosotros; tanto, que la invitamos a pasar a la mesa, viendo como Bogle rompía la regla de no invitarle nada a las chicas.

Al poco rato, la chica, llamada Julieta, estaba bebiendo y bromeando con nosotros (e intentando seducir a Michelle). Salió la plática de quiénes éramos, qué hacíamos, por qué estábamos ahí. No sé cómo, terminamos hablando de poesía. Un poema mal recitado de Yeats fue mi contribución a Julieta—haciéndome sentir mitad divertida, mitad idiota, y haciéndome recordar la razón por la que estaba ahí, razón de cuento igualmente decimonónico: mal de amores y otra chica a quien olvidar.

En eso, mientras la algarabía en la mesa aumentaba, Bogle le pidió a Julieta que trajera a su compañera que se había desnudado a ritmo de Metallica. Un rato más y la delgadísima Valentina estaba sentada a la mesa. Le informé que quería un privado, sin poder ocultar mis nervios. Ella también se veía algo escamada ante la posibilidad de bailarle a una chica.

Sin embargo, pusieron, como complacencia, “Sweet Dreams”, el cover de Marilyn Manson. Supe que era mi señal. Me fui junto con Valentina al privado, donde estaban unos sillones a media luz. No daré detalles, mas puedo felicitar al local por tener chicas tan profesionales y educadas. Será que era una experiencia nueva para las dos, mas Valentina se comportó a la altura en todo momento.

Cuando volví, ya la mesa era, si se me permite la expresión, un soberano desmadre. Bogle se había marchado al privado con Julieta, la levantapesas estaba sentada en las piernas de uno de los invitados y había otra, rubia de bote, cuerpo muy bien cuidado (seguro plástico) y cara de mujer muy maltratada por la vida, que ya hasta estaba cobrando por hora. De hecho, ésta intentó convencer a Michelle Bublé de que pidiera una botella de champán y unas fresas para “un baile especial”. Fueron las sugerencias de la teñida las que me impulsaron a decir que la noche se había terminado. Aun así, esperamos a que Bogle volviera del privado y otra ronda de baile por parte de Julieta. La cuenta fue alta, aunque razonable, tomando en cuenta la cantidad de bebidas, los bailes… y por qué no, el buen rato.

     En resumen, a pesar de la bailarina teñida, sí volvería al Excite, debido a la magnífica atención. Mención merecen los meseros quienes nos dieron trago gratis por ser la mesa más ruidosa, el señor encargado de los baños quien se portó como un caballero con nosotras las chicas… y, por qué no, Julieta y Valentina, nuestras elegidas de la noche. Claro que eso no me quitó la cruda moral al día siguiente, mientras pensaba que sí, había ido a distraerme de mis infortunios, y algo en mí cantaba “Should all the stars shine in the sky, they couldn’t outshine your sparkling eyes…”

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